18 DE DICIEMBRE DE 2011

LOS CORRALES DE UJUÉ
Y LA VIDA DE ANTAÑO

Texto: Fernando Hualde
Fotos: Editorial Evidencia Médica




El término de Ujué ha estado lleno de corrales en donde los vecinos pasaban buena parte del año. Un libro nos acerca ahora a su historia.

Inmersos como estamos en pleno siglo XXI, nunca está de más que, de vez en cuando, alguien nos recuerde que, no hace tanto, existía en nuestra tierra un estilo de vida que hoy cuesta creer e imaginar. Había en él, para las generaciones de hoy, y bajo una patina de dureza tercermundista, toda una lección de austeridad y de sacrificio que cobra especial valor en estos tiempos en los que a tener dos coches, en lugar de tres, le llamamos crisis.
En muchas zonas rurales de Navarra, y seguro que en esto cada uno tiene de referencia lo que le ha tocado conocer y vivir más de cerca, eran relativamente frecuentes aquellos términos municipales en los que, al margen del pueblo –con casas, iglesia y escuela-  había zonas de monte, o parajes, en los que los vecinos se trasladaban a vivir principalmente en la época estival para dedicarse a las labores agrícolas. Se vivía en bordas, casas de labranza, o construcciones similares. Pienso en la vida que había en los montes de Eugi, en las bordas; o en la que había en el valle de Belagua durante el tiempo de las hierbas; o en el Salazar; o en las Bardenas cuando la trashumancia; o en torno a los pastos de Urbasa… por poner tan solo algunos ejemplos.


Testimonios

Viene esto a cuento del libro, de la editorial Evidencia Médica, que se presentó el jueves en el Nuevo Casino (Pamplona) sobre la vida de antaño en los corrales de Ujué. Creo no equivocarme si digo que hace escasos días falleció la última persona de esta localidad que dejó de vivir en los corrales, el último corralero. Y la verdad es que causa verdadera alegría comprobar que alguien se ha preocupado de recoger los testimonios de aquellas gentes que hasta no hace tantos años habitaron en Ujué estos corrales; y no solamente de recogerlos, sino de convertirlos en un libro. Son estos unos testimonios, de casi treinta personas, que dentro del rico patrimonio de esta villa, tienen un alto valor, se mire desde donde se mire. Pocas veces, en Navarra, ha habido un municipio demográficamente tan disperso, sobre todo si nos salimos de los valles del Norte.
Los autores de este trabajo son Raquel Ruiz Baños, Gaudencio Remón Berrade, Juan José Lacosta Gabari, y Satur Napal Lecumberri; que a su vez son buenos conocedores de la zona; de hecho algunos de ellos no es la primera vez que escriben sobre Ujué. A ellos se debe el mérito de haber rescatado esta parcela tan entrañable de la villa ujuetarra, y también de haberla expuesto de una manera tan amena, y tan fácil de leer, a lo largo de 160 páginas. Este es, entre otros, uno de los grandes méritos de este libro, que se lee enseguida, que no cansa, y que los autores han sabido repartirse muy bien los temas en función de sus conocimientos.
El contenido de las páginas de este libro viene a ser como la acción de levantar acta notarial de un mundo que se fue; que se fue pero que todavía está al alcance de la memoria de los más ancianos. Tratar de levantar este acta dentro de unos años hubiese obligado a dejar muchas páginas en blanco, y sabiendo que ya nunca podrían ser escritas.


Los trabajos y los días

Raquel Ruiz Baños y Satur Napal Lecumberri, que hace unos meses ya nos sorprendieron con el libro “Ujué, historia y devoción”, nos acercan en esta ocasión, en el primer capítulo de este nuevo libro, a “Los trabajos y los días”, evocando con este titular tan sugerente al poeta Hesíodo, de la antigua Grecia, que escribió un libro con ese mismo titular, que era toda una exaltación del heroísmo de sus contemporáneos, campesinos y pastores, que luchaban tenaz y silenciosamente con la dura tierra. Así pues, ambos autores han querido aquí reflejar ese mismo espíritu, pero trasladado a las vivencias y a la realidad de lo que hasta hace unas décadas fue la vida en los corrales de Ujué, repartidos entre los 112 kilómetros cuadrados de su término municipal.
Y lo hacen tras haber entrevistado a varios informantes, hombres y mujeres, de quienes han sabido recoger y plasmar sentimientos tan contrapuestos como lo pueden ser aquellos que reflejan la dureza y el sacrificio de aquella vida, y los que, simultáneamente, dejan entrever una añoranza y una felicidad en las vivencias que tuvieron entre aquellas paredes y su entorno de tierras.
A través de los testimonios que han recogido podemos comprender, de boca de quienes fueron sus protagonistas, el porqué de los corrales; el informante Simón Ongay lo explica en cuatro palabras perfectamente: “la gente vivía en los corrales porque el término era tan grande que no tenía sentido ir y venir en el día al pueblo; los corrales fueron la solución a la amplitud del terreno; las tierras de cada corral estaban alrededor del mismo, no tenían necesidad de desplazarse mucho más lejos, y se podía volver al corral a comer y a dormir”.
Se nos recuerda en este libro cómo ha habido siempre en Ujué numerosos vecinos nacidos en los valles de Roncal y de Salazar, que a través de la Cañada se han asentado allí, y que allí han dado continuidad a otras muchas generaciones que mantienen sangre y apellidos de esos valles pirenaicos. Tal vez esto ayude a entender mucho mejor esa capacidad de supervivencia en condiciones tan extremas y ese saber adaptarse a un término municipal tan grande mediante este sistema de corrales.
Así pues, en este capítulo se va haciendo un minucioso repaso a la historia de los corrales, de quienes los construían, de las reformas que han conocido, o de cómo han desaparecido. No hay que olvidar que cuando un corral se abandonaba, se hacía retirando de él todo lo aprovechable (tejas, losas, traviesas, piedras buenas…), que venía a equivaler a hacerle desaparecer físicamente en algunos casos.
Nos cuentan que en muchas de estas construcciones se vivía temporalmente, principalmente en la época de la siembra y de la recolección; pero también había otras muchas en donde las familias vivían todo el año, con todo lo que eso suponía en todos los órdenes de vida. Y nos acercan también a muchos aspectos de la vida diaria, a las labores, a las dedicaciones, a la caza, incluso se hace un repaso a la muerte en los corrales
Está claro que no había un corral igual a otro. Pese a ello los autores tratan de marcar unas líneas generales en lo que a distribución y estructura interna se refiere; nos acercan a los hogariles, a las paredes de adobe, también a recias paredes y arcadas de sillería, a suelos de tierra a los que se echaba arcilla para endurecerlos, a las cuadras con sus pesebres, a… a unas construcciones que poco a poco se van perdiendo, se van cayendo, pero de las que al menos a través de este libro va a quedar salvaguardada su memoria.
Pese a la dureza de aquella vida vienen a coincidir los informantes en esa curiosas sensación de libertad, lejos de autoridades, curas, maestros…; lejos también de disciplinas, ordenanzas, o de determinadas obligaciones religiosas; y lejos de modas, de necesidades de vestir con elegancia, y libres de horarios.
Queda recogido aquí el día a día, en sus más minuciosos detalles: relaciones vecinales, medicina popular, diversiones, formas de trabajo, creencias populares, bandidaje, tesoros ocultos, la iluminación, los hornos, los utensilios y herramientas, conservación de los alimentos, el lavado de la ropa, la vida de los niños, la rotación del ganado, layar, vendimiar, o el orgullo de ser pastor… por poner algunos ejemplos de los muchos temas que abordan Raquel Ruiz y Satur Napal.


La Oliveta

El segundo capítulo recoge la historia de la Oliveta, y en él Juan José Lacosta Gabari nos hace toda una exhibición de lo que es un trabajo de investigación bien hecho.
La Oliveta, por explicarlo de una forma rápida en una antigua granja del monasterio de la Oliva (entre los siglos XII y XV), que se encontraba dentro del término de Ujué, junto al río Aragón, y muy cerca del término de Murillo el Fruto. Sin duda, es un lugar con una personalidad propia, totalmente atípico, claramente vinculado al Cister, y con una historia rica y a conservar, que se nos muestra documentada desde el año 1150. Realmente estamos ante un antiguo núcleo de población, llamado Castelmunio, que junto a Oliva, Encisa, Figarol y Carcastillo, formaban el patrimonio del monasterio de Nuestra Señora de la Oliva.
Parece que en sus orígenes pudo ser una antigua fortaleza, avanzadilla de la propia de Ujué, estratégicamente situada para vigilar el río. Perdió el nombre de Castelmunio al pasar a convertirse en una granja dependiente de los monjes cistercienses de la Oliva; llamándose desde entonces la Oliveta de Ujué, diferenciándola así de la Oliveta de Gallipienzo, dependiente del mismo monasterio tal y como se puede intuir a través del nombre.
Creo no equivocarme si digo que nunca se había llegado a este nivel de conocimiento sobre este antiguo despoblado, o sobre esta antigua granja. Juan José Lacosta plasma aquí un trabajo extraordinario, fruto de una exhaustiva investigación. Merecerá la pena, en un futuro, dedicarle a este paraje un reportaje monográfico en esta sección.


Historias de corrales

El último capítulo del libro nos lo escribe Gaudencio Remón Berrade, y lleva por título “Historias de Corrales”. Viene a ser un complemento de todo lo aportado por Raquel Ruiz y Satur Napal; aquellos recogieron todo lo que fueron formas de vida, y Gaudencio Remón, con envidiable maestría, ha sido capaz de recomponer una serie de historias, tres concretamente, que no tienen desperdicio, y que además nos acercan al vocabulario y al habla popular de los ujuetarras, y con las que cualquier vecino de esta villa puede identificarse. Son historias con alma, impregnadas de costumbrismo, ambientadas en lo cotidiano, y que cada una de ellas, por sí sola, es un pequeño tesoro literario. Todo un lujo para este libro; algo así como la guinda.
Ujué vuelve a estar de suerte merced a la iniciativa editorial de Satur Napal. La realidad es que en este nuevo libro apuntalan sus autores una parcela del patrimonio de esta villa que hubiese sido difícil que alguien hubiese venido a cubrirla, a trabajarla, a investigarla. Y en esta ocasión se ha hecho, y además se ha hecho bien.
Esconden estas páginas una auténtica aportación etnográfica, por más que sus autores aleguen ignorancia en el tema, y por más que a ellos les prime otro tipo de interés en torno a Ujué, que en materia de etnografía va más por lo afectivo que por lo académico. Y esconden también estas páginas una labor fotográfica ante la que solo cabe la alabanza.
Enhorabuena a los autores de los textos, a los fotógrafos, al editor, a los informantes, y a todos los ujuetarras, por todo lo que aquí queda. Que es mucho, y es bueno.

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