25 DE MARZO DE 2012

SANGÜESA
LA QUE NUNCA FALTÓ

Texto y foto: Fernando Hualde



“Sangüesa, la que nunca faltó”. Este es el lema que figura bajo el escudo de esta ciudad. La que nunca faltó… ¿dónde?, ¿cuándo?.

            En más de una ocasión me he encontrado, por parte de algún curioso por la historia, con la pregunta de qué significaba ese lema que exhibe Sangüesa en su escudo; e incluso… ¿qué pinta la enseña cuatribarrada en el escudo de esa ciudad?. Pues bien, vamos a aprovechar hoy para dar unas pinceladas históricas que nos ayuden a entender estos enigmas de la heráldica que, por lo general, siempre tienen su razón de ser.


Petilla

            Nos trasladamos en el tiempo al año 1135. Acaba de morir el rey Alfonso el Batallador, que hasta entonces había reinado conjuntamente en Aragón y en Navarra. Y nos trasladamos también, en el término de Sangüesa, al paraje de Vadoluengo. Se reúnen allí, ese año, representantes de ambos reinos. Por parte de los aragoneses estuvieron comisionados don Cajal y don Férriz, de Huesca, y don Pedro Atarés, de Borja; mientras que por parte de Navarra acudieron el Conde don Ladrón y don Guillermo Aznárez, de Oteiza, y don Giménez Aznárez, de Torres.
            Se dice que en aquella reunión se tomó el acuerdo de que a partir de ese momento Ramiro el Monje, hermano del fallecido Alfonso el Batallador, reinase en Aragón; mientras que García Ramírez, hijo de García Sánchez el de Nájera, reinase en Navarra, quedando así, de nuevo, separados ambos reinos.
            Esa separación de terrenos, cuya línea fronteriza no estaba perfilada con claridad, provocó pugnas y tensiones, y no pocas desavenencias. Y es en este contexto cuando vemos cómo en el año 1139 el rey de Navarra entra con sus tropas, desde Sangüesa, hasta la zona de Sos para recuperar lo que entendía que era suyo. Y tomó primero la villa de Sos, después tomó Filera (pueblo próximo a Sos, ya desaparecido), y finalmente conquistó Petilla en el mes de diciembre de aquél año.
            Pasaron los años, y en estos no faltaron quejas y reclamaciones por parte de los aragoneses, hasta que a finales del siglo XIII, el monarca navarro Felipe el Hermoso, quiso apaciguar sus demandas devolviéndoles algunos pueblos con sus respectivos términos. Pero esta devolución, o entrega, o regalo (como le queramos llamar), para lo que realmente sirvió fue para dejar a Petilla rodeada de tierras aragonesas, lo que ayudó a que se incrementasen las quejas por parte de los aragoneses argumentando que no era normal que la villa de Petilla siguiese perteneciendo a Navarra, cuando “estaba internada dos leguas más en territorio de Aragón”. A estas quejas añadieron ellos la propuesta de recuperar Petilla utilizando la fuerza de las armas.
            Esta propuesta se materializó en el año 1308, reinando en Navarra Luis el Hutín, que es cuando el ejército aragonés rodeó y sitió la villa navarra de Petilla. Ante esta acción bélica Sangüesa reclutó varias compañías, integradas por sangüesinos y montañeses, a la vez que le pedían al monarca navarro que enviase algunos escuadrones de caballería. Inmediatamente Luis el Hutín envió la ayuda militar necesaria y puso al frente del ejército combatiente a Fortuño Almoravid, alférez del Estandarte Real de Navarra. Así pues, desde Sangüesa salió hacia Petilla un importante ejército; las tropas aragonesas que rodeaban Petilla se agruparon y salieron al encuentro de los navarros, esperándoles en una zona llana para que los montañeses navarros no tuviesen ventaja. La batalla fue muy dura, y sangrienta, y también muy igualada en fuerzas; hasta que la vanguardia del ejército navarro, con mayoría de sangüesinos, logró romper la resistencia de los adversarios. En el paraje de Camporreal les arrebataron todas las provisiones, y con ese botín, más lo que llevaban los navarros se reforzó la guarnición y el avituallamiento en Petilla.


Aibar

            Tras aquella acción bélica los aragoneses, heridos en su orgullo, le declararon la guerra a Navarra; y a esta declaración le siguió la organización de tropas, bien armadas, dispuestas a invadir Navarra.
            Ante esto, el rey Luis el Hutín, convirtió a la villa de Urroz en plaza de reclutamiento, haciendo el consiguiente llamamiento a las armas para defender el reino de la ofensiva aragonesa.
            Pero mientras se organizaban las tropas navarras los aragoneses no perdieron el tiempo, y atravesando el río Aragón por el vado de San Adrián, se adentraron en el término de Aibar, saqueándolo todo, llegando hasta las vegas de Olite y de Tafalla. Se hicieron con un importante botín, y con él a cuestas iniciaron el regreso a su tierra. Para entonces en Aibar los vecinos, a su manera, trataron de hacerles frente. No les vencieron ni mucho menos, pero les entretuvieron lo suficiente como para que llegase la noche, y los aragoneses no se atreviesen a cruzar el río, forzándoles a acampar en el término de Aibar.
            Y es en ese momento cuando Sangüesa, con la ayuda de Aibar, sabedora de que no podían estar esperando a la llegada de ayuda, toma la decisión de atacar a los aragoneses al amanecer del día siguiente. Ignoraban los aragoneses que esa noche los vecinos de Sangüesa y Aibar habían acampado muy cerca de ellos, cerca de la desembocadura del Onsella en el Aragón.
            Los aragoneses trataron de maniobrar al ver lo que se les avecinaba, pero sangüesinos y aibareses hicieron una pinza, desde un flanco y desde el otro, que forzó al ejército aragonés a meterse dentro del cauce del río Aragón, desde donde la fuerza del agua les impedía toda maniobra. Las crónicas de aquél combate hablan de ciento veinte bajas entre los sangüesinos, y más de cuatro mil entre los aragoneses. Obviamente se les arrebató todo el botín que llevaban. Un grupo de infanzones de Sangüesa, durante esta contienda, logró arrebatar “a los bravos patriotas que la custodiaban” la bandera, o estandarte real, de Aragón. Exhibiendo esa bandera, y en medio de vítores y aclamaciones, entraron los combatientes a Sangüesa. Aquella victoria suponía el final de la guerra.
            Mientras tanto en Urroz seguían todavía con los preparativos de organizar la defensa del reino. Y hasta allí llegaron los representantes sangüesinos con el Estandarte Real de Aragón para ofrecérselo al rey y contarle la importante victoria, lo que trajo consigo la disolución inmediata de las tropas que ya estaban preparadas.
            Luis el Hutín, tras recibir el estandarte, hizo acto seguido donación del mismo a la entonces villa de Sangüesa. Esta donación vino acompañada de la concesión de que al lado del castillo que usaban en su escudo, pusieran otro cuartel blasonado con las cuatro barras rojas del de Aragón, luciendo sobre campo de plata, en lugar de sobre dorado, que eran las armas de aquél reino, y además que emblemasen su blasón con el título de “La que nunca faltó”.


Cruz de los Azadones

            Podría acabar aquí la historia, pero resultaría un tanto incompleta si así lo hiciese. El rey Luis el Hutín no solo donó el Estandarte Real de Aragón a Sangüesa, y lo integró en su escudo, sino que además les concedió el derecho de exhibirlo.
            Dicen que el paso de los años lo cura todo; y la realidad es que Navarra y Aragón recuperaron su buena convivencia, y también una buena relación comercial. Pero la espina allí estaba siempre, y la costumbre que había en Sangüesa, el día del Corpus, de sacar en el cortejo, junto a otros estandartes religiosos, el susodicho estandarte, generaba entre los aragoneses el lógico malestar. Hasta que un día…
            Fue un día del Corpus, a mediados del siglo XV. Un cronista posterior lo narró así: “Salía la procesión de Santa María, lanzaban al aire las campanas sus sonidos recios y su eco se dilataba en la paz del llano y se esfumaba hasta los montes verduzcos de los confines; como coros proféticos, entonaba la multitud salmodias dulces; formaban las filas los hombres ataviados con la elegancia del tiempo; los mayorazgos, hijosdalgos e infanzones lucían calzones cortos, de raso, y ceñían a su cintura puntiagudos espadines; caminaba la formación lenta y acompasada, al son de los atabales y clarines, por la Rúa Mayor; los frailes Franciscanos y los del Carmen, los de la Merced y los de Santo Domingo, rezaban quedo y a paso monacal, con las manos escondidas en las flotantes mangas, impávidos, con la seriedad de nazarenos, acompañaban al Santo de los Santos; ostentaban los gremios sus banderas alineadas en el centro de la calle, e iba presidiéndolas el Estandarte Real de Aragón. De súbito, se turbó la procesión. Gritan y corren los muchachos, las mujeres y los hombres, y en maremagnum se dirigen a la calle Mediavilla, desenvainan los hidalgos e infanzones sus relucientes espadines y todos, en tropel, van veloces hacia él. Ocurría que, al pasar el Estandarte Real frente a la posada, un hombre, jinete, en ligero caballo, presentándose instantáneamente en el centro de la calle, arrebató el Estandarte a su portador, y al galope, dirigíase, por las calles de Mediavilla y La Población, al Portal de Aragón. Todo el pueblo corría en pos de él, y hubiera reconquistado el trofeo si en el campo de La Landa, próximo al cementerio actual, no resbalase el caballo, dando en tierra con el jinete. Diéronle alcance los más ágiles y, quitándole la bandera después de porfiada resistencia, la empaparon en la sangre de este heroico patriota aragonés”.
            Y precisamente, allí donde murió el aragonés, se puso después una columna de piedra, y sobre ella una cruz de hierro; la misma que hoy es conocida como la Cruz de los Azadones.
            Ciertamente aquél hombre no consiguió llevarse el Estandarte Real de Aragón, pero sí que consiguió que desde ese momento no se exhibiese más en procesión alguna, acompañando este gesto por parte de los sangüesinos con el incremento de un gran respeto hacia este símbolo, y hacia la vecina Aragón.
            Estamos hablando de una bandera que, en palabras de Miguel Ancil, en su libro “Compendio de la Historia de Sangüesa” (1931), la describía –por haberla conocido a finales del siglo XIX- como “un trozo largo de tela de color grisáceo con manchas sanguinolientas, convertido en harapos por la acción del tiempo, y en cuyo centro ostentaba la custodia o relicario, que se conserva guardado en un cuadro existente en el Archivo Municipal”.
            Con todo el respeto, y también con todo el orgullo, hoy, como ayer, Sangüesa sigue siendo “la que nunca faltó”.  

1 comentario:

  1. En un incendio que se porduzco en al Archivo de Sanguesa alla por los años 50, yo vi ese pendon clavado en un monton de arena en la Galeria, manchado y roto, y varias espadas de sanguesinos ilustres que las habian donado al Ayuntamiento.Eso alguien lo dijo.

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