28 DE MAYO DE 2012

SANTO CRISTO DE AIBAR
UNA IMAGEN CON DOS LEYENDAS

Texto: Fernando Hualde




La iglesia parroquial de San Pedro, en Aibar, acoge en su interior la imagen, extremadamente flaca, de un Cristo crucificado cuyo origen se desconoce.

            Existen a lo largo de toda la geografía de Navarra una pequeña colección de crucifijos que son más o menos significativos e importantes dentro de la religiosidad popular de esta tierra. En unos casos bien por la veneración que reciben, en otros por su importancia artística, e incluso en otros porque se les atribuye algún milagro o algún origen legendario.
            Seguramente que el más emblemático de todos ellos es el risueño Santo Cristo existente en el castillo de Javier, a quien se le atribuye que lloró sangre en el mismo momento en el que en el lejano oriente fallecía San Francisco Javier. Particularmente expresivo es el Santo Cristo que se conserva en la iglesia de Zuazu (Izagaondoa), que también tiene sus pequeñas leyendas. En Piedramillera (valle de la Berrueza) se venera a otro Santo Cristo que en los años veinte convulsionó a media Navarra con una serie de curaciones milagrosas, atribuidas a su mediación, que hicieron que desde muchos rincones acudiesen a él en busca “de lo que no se puede comprar con dinero”. Y sorprendente por su rareza artística es el Santo Cristo que se venera en la iglesia del Crucifijo, en Puente La Reina, único en Navarra en el que los brazos de la cruz tienen forma de “y” griega. Sin duda hay algunos más; de hecho en la propia ciudad de Pamplona podemos llegar a ver algún crucifijo con el pie forrado de metal, para evitar el deterioro, piadosa erosión, de tantas y tantas manos que le tocan el pie antes de santiguarse. Pero hoy, vamos a centrar nuestra atención en otro Santo Cristo, el Cristo del Amparo, en Aibar, que goza también de una gran veneración popular.


Cristo del Amparo

            Quedan atrás, a principios de este mismo mes que ahora acaba, las fiestas que en Aibar sirvieron para honrar a su Santo Cristo, más conocido a nivel popular como el Cristo del Amparo.
            Hay que empezar por admitir que nada se sabe de él. Como mucho podemos aportar que estamos ante una imagen gótica. Y lo que si es constatable y documentable es que esta figura religiosa no ha pasado desapercibida durante su existencia, sino que ha canalizado un fervor popular durante siglos, que todavía hoy sigue vivo, fuerte, y muy arraigado.
            Detrás de esta talla de madera, elaborada por manos anónimas, hay un origen legendario. Esto le hace común a algunos crucifijos famosos, pero lo que realmente le diferencia de estos es que, no solo es de origen legendario, sino que en torno a su origen hay dos leyendas diferentes y contrapuestas. Incompatibles ambas.
            La primera de ellas sitúa a este crucifijo en Jerusalén como punto de origen. Se dice que un grupo de caballeros de Aibar, enardecidos por el espíritu cristiano y caballeresco de la Edad Media, acompañaron al rey de Navarra, Teobaldo II, a su campaña de conquista de Jerusalén. De sus peleas, luchas y conquistas, quisieron traerse de aquellas tierras un recuerdo, y ese recuerdo fue esta cruz, portada a hombros entre varios caballeros, lo cual hace aún más meritoria su presencia en la aibaresa iglesia de San Pedro. Sobra decir que los vecinos de esta villa valoraron la acción militar de los caballeros locales en los Santos lugares del cristianismo, y tanto más, valoraron el recuerdo y el esfuerzo que suponía traer esta cruz desde un lugar tan lejano. El crucifijo fue acogido con sorprendente veneración y cariño.
            Dicen Dolores Baleztena y Miguel Ángel Astiz en su libro “Romerías navarras” (Pamplona, 1944), que “los aibareses, desde antiguo, junto con otros muchos pueblos de cerca y de lejos, han vivido alrededor del Cristo un clima de amorosa devoción manifestado en romerías y súplicas”. Esto es constatable en momentos difíciles que ha vivido esta villa y su entorno, de calamidades, plagas y sequías, que es cuando los vecinos han sacado de la iglesia a esta imagen, parece ser que siempre con buenos resultados, “y con sus manos extendidas y sangrantes del Divino Sacrificio, aplacó las iras del Padre, y bendijo los campos multiplicando las cosechas, y consiguió para estos buenos hijos, gracias para el cuerpo y para el espíritu”, en palabras y versión de los autores ya mencionados.
            Y luego está la segunda leyenda sobre el origen de la imagen del crucificado Cristo del Amparo. La recoge Rosa Iziz Elarre en su primer tomo de “Aibar / Oibar” (2008), dedicado a la etnografía de esta localidad. Manifiesta ella que es una leyenda transmitida por varios vecinos y vecinas, coincidiendo todos en el mismo relato: “En tiempos lejanos, apareció un mendigo en el pueblo que reclamó hablar con el párroco, y ante él lo llevaron. El pordiosero pidió permiso para estar tres días en la cambreta (se le llama así a una habitación que hay en la iglesia, que tiene un balcón desde donde se divisa todo el pueblo), solo y con la puerta cerrada por fuera. El párroco accedió a tan extraña súplica y le suministró comida a través de la gatera de la puerta. Pasados los tres días, el sacerdote abrió la puerta y con asombro vio los alimentos intactos y al Cristo del Amparo en la cruz”.


Contra la blasfemia

            A finales del siglo XIX la Iglesia Católica puso especial empeño en combatir la blasfemia. Desde los púlpitos se arengaba a los feligreses advirtiéndoles de las nefastas consecuencias que para sus almas tenía la blasfemia.
            En Aibar, el párroco don Manuel Armisén hizo oír su voz “dolida por la extensión de la blasfemia, inconsciente y terrible plaga que se extendía más y más entre sus feligreses y en toda aquella zona”, según relataban medio siglo después Dolores Baleztena y Miguel Ángel Astiz en “Romerías navarras”.
            Lo cierto es que el susodicho párroco convocó en Aibar un acto público contra la blasfemia, en señal de desagravio por todo lo que se venía oyendo. Para este acto se sacó de la iglesia al Cristo del Amparo y se colocó en la plaza pública de la localidad, para que presidiese tan piadosa manifestación popular, que estuvo precedida de una solemne procesión. Al acto acudieron cientos de hombres, y también varios ayuntamientos; unos y otros prometieron ante el Santo Cristo “luchar consigo mismos y con sus vecinos para arrancar de raíz el mal”.
            Pero… era tal la aglomeración de gente que, en un momento dado, la plataforma que se había levantado para los músicos acabó cediendo a causa de su peso. El problema no era solo que se rompiese la plataforma y que se cayesen los músicos, sino que al cobijo de esas tablas había decenas de personas, a quienes todo, tablas y músicos, se les vino encima. Se dice que entre los gritos de angustia y los lamentos pudo oírse la voz firme del párroco, diciendo “Mi vida, Señor, por la de mis hijos”.
            Cuando se acabó de retirar los escombros, y se evaluaron los daños personales, la gran sorpresa, dicen, fue que nadie salió malherido, ¡ni tan siquiera un rasguño!. Se consideró entonces que aquello era milagroso, y más aún cuando un mes después, contra todo pronóstico, fallecía repentinamente el párroco, que hasta entonces había gozado de una salud pletórica.
            Ante este luctuoso hecho, “y como muestra de la grandiosa voluntad de curación del vicio de la blasfemia de estas gentes, como homenaje a aquel párroco, promotor de esa delicada y necesaria reparación, en la iglesia de Aibar puede verse un libro en el cual figuran las firmas de Ayuntamientos, hombres y muchachos, de cerca y de lejos, que suscriben esta ingenua rima de la promesa: ‘Prometí no blasfemar. Sed Vos testigo, Cristo de Aibar’”, narran los mencionados autores en 1944.
            Rosa Iziz, además de recoger esta misma anécdota (ella la sitúa en 1895, y la otra pareja de autores en 1893), nos recuerda que el 3 de mayo, fiesta de la Cruz de Mayo, “si coincide este día con domingo, se celebra el Santo Cristo, si no, el domingo siguiente”. Con nueve días de antelación a esta fiesta los aibareses celebran la denominada “Novena del Santo Cristo”.
            El día de la fiesta se comenzaba con el canto de la Aurora, recorriendo las calles. Hoy se sale a las ocho de la mañana, pero antaño era costumbre salir antes de que amaneciese. Recoge Rosa Iziz que se canta la primera aurora en el Portegao, y después se va recorriendo el pueblo con unos puntos fijos de parada. La música de esta letra la compuso Javier Zoco, mientras que la letra es obra de quien fue coadjutor, Agustín Rebolé.
            Se acudía después a la misa mayor; y cuando digo que se acudía me refiero a los vecinos de Aibar y a otros muchos de los pueblos del entorno. Era un día importante.
            Queda aquí la historia de este Santo Cristo, en su mes, para que quede constancia de ella. Queda en el recuerdo de la gente mayor aquella fiesta tan solemne que se hacía antaño en su honor, con todo el gentío agolpado junto al atrio de la iglesia; queda también el recuerdo de todos los puestos de golosinas que se ponían en la plaza por la que se accede a la iglesia; para los niños ese era el día de romper la hucha, ¡y con qué ilusión!.
            Y allí están, también, apiñados bajo el Santo Cristo, los “Apostolados de Ujué”, una hermandad de hombres que, ataviados con sus túnicas negras, salen a media noche desde Ujué, con una cruz a modo de báculo en su mano derecha y un farol en su mano izquierda, y caminando llegan hasta la iglesia de Aibar para oír misa junto al Cristo del Amparo, y seguidamente volver de nuevo, andando, a Ujué.
            Son historias de ayer, y son historias de hoy, con el crucificado uniendo épocas y linajes. Es… el Cristo del Amparo, el Santo Cristo de Aibar.

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