19 DE AGOSTO DE 2012

AKERRETA
EN EL CAMINO DE SANTIAGO

Texto y fotos: Fernando Hualde




Sorprende al peregrino jacobeo, en pleno valle de Esteribar, un pueblo de grandes casonas que le aporta un buen espacio de descanso y un remanso de paz.

El verano suele ser esa época en la que parece que aprovechamos más para hacer pequeñas excursiones. La climatología, tan inestable en nuestra tierra, parece que nos garantiza en esta estación un clima más benigno, siempre y cuando el calor no apriete en exceso.
Pues bien; hoy nos vamos a ir simplemente a pasear, no muy lejos de Pamplona, y además en nuestro paseo vamos a confluir con los peregrinos que, procedentes de Valcarlos, caminan hacia Santiago por esta ruta mayor. Para ello nos desplazamos a la localidad de Akerreta, un concejo del valle y municipio de Esteribar.
En mi caso, lo admito, es la primera vez que visito esa localidad, de la que lo desconozco todo. Mi recorrido de ese tramo del Camino de Santiago me había llevado en otras ocasiones por la carretera, o por otros ramales alternativos, dependiendo siempre del estado del terreno. Y Akerreta, el día que fui hace unas semanas, se me presentaba como un perfecto desconocido; siempre había visto el rótulo indicativo en la carretera principal, igual que siempre había oído a no pocos peregrinos hablar muy bien del Hostal Akerreta, allí ubicado, pero… era el momento de aprobar esa asignatura pendiente que yo tenía en Esteribar. Y allí que fui a finales del pasado mes de junio.


Transfiguración y paz

La hora no era buena; se trataba de la hora de la siesta, lo cual se suele traducir en ausencia total de vecinos, que son los que en la mayoría de las ocasiones te permiten, a través de su testimonio, acercarte mucho mejor a la realidad de estos lugares. Pero en este caso, ante esa ausencia de gente, dejé que las propias piedras me transmitiesen algún tipo de conocimiento.
Recibiendo al visitante, de frente, está la iglesia parroquial, aparentemente en muy buen estado de conservación, tanto más teniendo en cuenta su origen medieval; afeada tan solo por una chimenea de latón que, procedente de la casa anexa, parece querer competir con la torre de la iglesia en ese vano intento de llegar al cielo. Al margen de ese detalle hay que reconocer que la torre, a los pies de la iglesia, por su aspecto, se parece más a la torre defensiva de un palacio de cabo de armería, que a la propia de una iglesia. Una veleta que la remata en la parte superior, una ausencia de campanas, una sección rectangular en lugar de cuadrada, y unas diminutas ventanas palomeras en lo más alto, vienen a reforzar esta idea.
El templo está consagrado a la Transfiguración del Señor. Sobra decir que en ese momento estaba cerrado, aunque la sombra de su pórtico se agradecía muy especialmente en esa hora de calor. Frente a su puerta se conserva el cementerio, que parece haber sobrevivido a aquella disposición del siglo XIX que obligaba a separarlos de las iglesias y de los propios núcleos de población. Una camada de gatos ha encontrado sombra y tranquilidad junto a la sepultura de los Lusarreta Orradre, a la que un entorno de frondosas hiedras le aporta la frescura necesaria para que los felinos disfruten de la paz de ese camposanto. Ciertamente se respira paz en ese pórtico.
A mis espaldas, al otro lado de la puerta, sé que se conserva un bonito retablo del siglo XVI en el que su autor supo combinar armoniosamente la pintura y la escultura. No son pinturas cualesquiera; su autor, el pamplonés Ramón de Oscáriz, gozaba en su momento de un gran prestigio, y desde luego que las doce pinturas de este retablo avalan esta merecida fama.


Otros edificios

Frente a la iglesia se conserva un edificio de piedra, muy rústico en su aspecto, pero al que alguien tuvo el acierto de restaurarle con buen gusto la cubierta. Su puerta, sencilla, está configurada a base de media docena tablas verticales, luciendo en el cuadrante superior izquierdo una ventana que peca de estrecha, y luciendo también en la esquina inferior derecha una gatera atípicamente cuadrada, con espacio más que suficiente para que los gatos cumplan con su misión de sanear de ratones el interior de este edificio destinado a guardar paja y grano. Fundamental, por tanto, la presencia de la gatera. Pero, a mi juicio, lo más atractivo de este edificio es su hermoso dintel, monolítico, que apoya muy bien sobre el perfecto vano de la puerta, y que permite dar prolongación hacia arriba a otras piedras de respetable tamaño sobre las que apoya la ventana encuadrada entre cuatro recias piedras. Esta ventana, vista desde fuera, aparentemente carece de carpintería, facilitando así el acceso de las golondrinas y de las rapaces nocturnas que, al igual que los gatos lo hacen desde abajo, sanean de predadores de grano a este espacio. Sabiduría popular, y experiencia generacional.
Algo más a la derecha, si miramos de frente el mencionado pajar, se conserva una chimenea ligeramente troncocónica, que es una pieza arquitectónica de las que ya van quedando pocas.
Si continuamos paseando, de inmediato nos va a llamar la atención otro edificio francamente hermoso, revocado en blanco, pero en el que se ha dejado a la vista la piedra que circunda la portalada de medio punto y la ventana que sobre esta hay, así como las piedras que forman cada una de las ventanas del edificio. La clave de la portalada nos informa, mediante inscripción pétrea, que esta casa data del año 1747. La járcena de la ventana que hay sobre ese mismo arco tampoco tiene desperdicio, merced a una decoración flordelisada. Particularmente, y aunque sea relativamente común, me atrae a mí la argolla para amarrar a las caballerías que hay a la izquierda del portón; una argolla redonda, de hierro, plana, decorada a base de sucesión de aspas incisas.
Y por último, resulta obligado fijar la atención en el soberbio edificio del hostal. Tiene este edificio varios elementos arquitectónicos que entiendo que son verdaderamente interesantes. Por un lado está el gran alero, que en la parte izquierda se apoya en el saliente de la pared; este saliente es el que le permite tener más vuelo, muy importante este detalle en la época en la que se construyó, en la que el terreno de la casa venía delimitado por la línea que marcaban las goteras, con la salvedad, además, que en la parte frontal ese espacio todavía debía de ser más amplio por ser ese el lugar en el que se enterraba a los neófitos que morían prematuramente sin haber podido ser bautizados. He aquí la explicación y la importancia de semejante alero y de los perrotes de madera sobre los que se apoya.
Otro detalle importante de esta casa es el portón de madera, de una gran calidad, y que embellece notoriamente ese arco de medio punto perfectamente labrado en piedra de sillería que permite el acceso a este edificio. Es un portón de dos hojas, con ventana independiente en la mitad superior de la hoja derecha. Luce buenos herrajes, con bocallaves sencillo, clavos de embellecedores romboidales, y una hermosa aldaba, o picaporte, del modelo “S”.
Y, tal vez, el detalle más vistoso, es el horno de pan proyectado hacia el exterior. Me falta verlo por dentro para comprobar que realmente se trata de un horno antiguo restaurado, que es lo más probable. En cualquier caso viene a evocarnos la autonomía de estas casas en aquellos tiempos en los que cada vecino elaboraba en casa el pan, a base de agua y harina, debidamente amasada en la artesa. Luce este horno un casquete que se aleja un poco de la forma tradicional semiesférica, lo cual aún le hace más interesante.
En fin, este es mi paseo por Akerreta. Sigue apretando el calor, un pequeño atajo de ovejas se empeña en buscar la sombra a las puertas de un corral. Allí se quedan las casas, la iglesia, el camposanto… y también quienes dan vida a estos edificios, apegados en ese momento al frescor que aporta el interior de esos recios muros. Es un pueblo bonito, ¡muy bonito!, que ofrece un espacio de paz y de sosiego, y que, como hemos visto, invita a leer entre líneas, entre piedras, entre símbolos y elementos arquitectónicos. Hay que volver.

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