21 DE OCTUBRE DE 2012

DE CUANDO LOS MAQUIS PASARON POR ORONZ

Texto y fotos: Fernando Hualde



La guerra civil, los maquis…. historias de ayer, que son lecciones de hoy.  

Cierto es que no hay guerra buena, ni la habrá. Pero cierto es también que las guerras son origen de historias ejemplares, edificantes, cargadas de humanidad. En los últimos años he tenido la oportunidad de entrevistar a decenas de personas de considerable edad, muchas de ellas llegaron a vivir la guerra, a participar en ella; unos lo hicieron en un bando, otros en el otro, y tras aquello solo quedó un recuerdo amargo, doloroso, un “nunca más” en la mayoría de los casos. He visto a algunos sentirse atormentados ante el recuerdo de haber formado parte de un pelotón de fusilamiento, he visto a otros narrar cómo se salvaron en el último momento, o cómo recordaban los gritos desgarradores de quien iba a recibir el tiro de gracia, o quien se aferraba al crucifijo al sentir que tras la bala recibida llegaba la de la guadaña. Hay mil historias.
Pero… en algunos pueblos del Pirineo navarro (y seguro que también habrá habido historias en otros lugares) me ha tocado escuchar historias curiosas, historias que dejaban entrever que para algunos por encima de los bandos estaba la vecindad y la amistad; historias en las que los de izquierdas ayudaban a los de derechas, y los de derechas a los de izquierdas; les protegían, les escondían, daban la cara por ellos sabiendo que con ello arriesgaban vida y hacienda. Y son este tipo de historias las que debemos de poner de ejemplo; las otras, las impregnadas de odio, también son historia, y memoria, y hay que recogerlas y salvaguardarlas, pero hay que hacerlo para que nunca más se repitan. Estas otras nos hablan de esa otra vertiente del ser humano, nos hablan de valores, son lecciones de humanidad.
De entre todas esas historias hoy sacamos a la luz una de ellas, una que tiene a la localidad de Oronz, en el valle de Salazar, como escenario principal. Un historia esta, que nos habla de la guerra en 1936 y de la presencia de los maquis en 1944.


1936

Seguramente la fecha no es importante, pero en cualquier caso sépase que estamos hablando del 20 de julio de 1936. El día anterior el General Mola había proclamado en Pamplona el estado de guerra desde el balcón de su despacho en el Palacio de Capitanía (hoy sede del Archivo General de Navarra) con el objetivo de derrocar al gobierno de la II República.
Pues bien, esa mañana del 20 de julio un grupo de guardias civiles llega hasta la localidad de Oronz, en el valle de Salazar. Los agentes se dirigen directamente a la casa del alcalde, Veremundo Pena, a quien le solicitan que firme la orden de detención y ejecución de dos vecinos de esa localidad: Benigno Arbea y Juan Jiménez. Ante esta petición el alcalde no dudó en la respuesta: “ni firmo, ni autorizo esta detención; en el pueblo no han cometido ninguna falta, y aunque son de diferente ideología a la mía, para mí son tan personas como los demás”. Ante esa negativa de colaboración el agente que estaba al mando se limitó a responder: “pues entonces queda por nuestra cuenta”.
En cuanto los guardias se dieron media vuelta, Veremundo Pena preparó rápidamente sus aparejos de trabajar en el campo y salió de su casa como si fuese a ello. Una vez controlados visualmente a los guardias se fue por detrás de la iglesia a casa de Juan Jiménez; cuando la señora Melchora abrió la puerta le dijo que le dijese a Juan que saliese de debajo de la paja, en donde estaba escondido, para ir a otro escondite mucho más seguro. Y así se hizo, Veremundo le llevó a Juan a un campo, fuera del pueblo en donde tenía la hierba todavía sin cortar. Seguidamente hizo lo mismo con Benigno Arbea, juntando a ambos. “Vosotros estad aquí tranquilos, tumbados entre el trigo, hasta que se haga oscuro, porque ellos estarán en el pueblo tratando de localizaros, porque han venido a fusilaros y yo no he querido firmar esa orden; en cuanto se pueda tenéis que ahuecar el ala de aquí, tendréis que ir a Francia”.
Los guardias fueron registrando todo, casa por casa, sin éxito. Mientras tanto Veremundo equipó los dos machos que tenía en casa, y otro más de otra casa vecina, de tal forma que, al anochecer, el hermano del alcalde se preocupó de recoger a los escondidos y, por la borda de Cotabarren y por Laza, los llevó hasta Francia.
Ambos huidos eran de Oronz, pero vivían en Pamplona. Juan Jiménez, de militancia comunista, trabajaba de agrimensor en la Diputación, mientras que Benigno Arbea era gerente de la Caja de Ahorros de Navarra. El día anterior, 19 de julio, al estallar la guerra, y siendo conocida la vinculación de ambos con los movimientos republicanos, se apresuraron a salir de Pamplona, marchando a Oronz, en donde el propio alcalde, Veremundo Pena, y otros vecinos, se preocuparon de esconderles en previsión, muy acertada, de lo que podía suceder.
Lo cierto es que una vez instalados en Francia Benigno Arbea le escribió una carta a Veremundo en la que, además de agradecerle su ayuda, le mostraba su predisposición a volver a Navarra, y le pedía su mediación para negociar con las autoridades este regreso. El alcalde habló directamente con el Gobernador Civil quien le aseguró que, si no tenía delitos de sangre, todo quedaría en tres meses de prisión. Y así sucedió. El Gobernador cumplió su palabra, y tres meses después Benigno Arbea quedaba libre de todos sus cargos, volviendo de nuevo a su trabajo en la Caja de Ahorros de Navarra.


1944

Corría el año 1944. Habían pasado casi ocho años de aquello. La guerra hacía un lustro que había finalizado, y además con la victoria del ejército denominado nacional, es decir, el gobierno de la II República había sido eliminado. De los que quedaron con vida en el bando republicano fueron muchos los que tuvieron que huir, principalmente a Francia.
Al principio de aquella década de los cuarenta los comunistas exiliados empezaron a concebir un sueño, el de organizarse bien, el de formar un ejército popular en Francia, el de invadir España atravesando los Pirineos, y el de acabar con Franco. Y se pusieron manos a la obra para hacer de ese sueño una realidad. Era un secreto a voces. Y en el Pirineo los militares de Franco y la Guardia Civil se ocuparon de intensificar la vigilancia; se esperaba una invasión de gente armada y bien preparada, los maquis se les llamaba, pero…
Lo cierto es que los maquis hicieron sus incursiones, sin estrategia alguna, mal equipados, escasamente armados, sin un triste bocado que llevarse a la boca, y huyendo siempre de la estrecha vigilancia a la que estaban sometidos los Pirineos. Fracaso total.
Y enmarcado en esa situación, sucedió que un buen día de primeros de octubre, corrió el rumor en Oronz de que la guerra había comenzado de nuevo, que el día anterior había habido enfrentamientos armados en los montes de Vidángoz. La realidad era que un puñado de unos doscientos hombres republicanos, armados, procedentes de Francia, andaban recorriendo esos parajes tratando de esquivar la vigilancia. Entre ellos estaba Juan Jiménez, de Oronz.
Tras el enfrentamiento de Vidángoz se dirigieron hacia el valle de Salazar, y en el monte de Oronz pasaron la noche en las bordas de Antonio Jiménez y de Domingo Pena (hermano de Veremundo), con el consentimiento de estos, quienes además les llevaron desde el pueblo dos sacos de pan al ver el hambre que estaban pasando. Desde esas bordas marcharon hacia el término de Jaurrieta, en donde tuvieron un nuevo enfrentamiento en el monte de Remendía.
Pero lo curioso es que a los dos días se presentó la Guardia Civil en la finca en la que Veremundo Pena, alcalde, estaba trabajando en la siembra con su hijo Juan Luis, de 12 años, en la que llevaban unos días entregados a ese trabajo. Los guardias venían con la orden de detener a Veremundo, acusándole de no dar parte a las autoridades militares del paso de los maquis por su término. Y es así como se llevaron a Veremundo esposado, quedándose solo Juan Luis, sin saber qué hacer, al frente de unas labores de siembra que, como fuese, tenía que acabar.
Se llevaron también ese día de Oronz a Pío Recalde, teniente de alcalde, a Domingo Pena y a Antonio Jiménez, que eran el responsable de las cuentas municipales y el juez de paz. No había habido denuncia alguna, los guardias se habían guiado por las pistas que fueron dejando los maquis, pero caprichosamente habían detenido también a los dos vecinos que habían colaborado con los perseguidos. Los trasladaron inicialmente a la cárcel de Ochagavía; realmente no había allí cárcel, pero los tuvieron en una habitación de la casa consistorial, permanentemente vigilados, y de allí se los llevaron a la cárcel de Pamplona, en donde se juntaron con Juan Jiménez, que finalmente había sido detenido.
Tres meses después fueron sometidos a un juicio oral, y fue allí donde a Veremundo Pena, alcalde de Oronz, le cayó una pena de 33 años de cárcel. 15 años de pena para Pío Recalde, 7 años a Domingo Pena, otros 7 a Antonio Jiménez, y 6 años a Juan Jiménez.
Lo cierto es que en cuanto se dictó sentencia entró en escena Benigno Arbea, quien ocho años antes había visto salvar su pellejo gracias a la mediación de Veremundo Pena. Benigno en ese año de 1944 era un hombre muy bien relacionado; y agradecido a quien un día fue su ángel de la guarda, no dudó en mover hilos. Nada más dictarse sentencia se fue a Madrid y volvió a los cuatro días con el permiso para sacarle a Veremundo de prisión. En total sólo pasó tres meses en la cárcel.
Y esta, de forma muy resumida, es la historia humana forjada, entre otros por un alcalde y por un empleado de la Caja de Ahorros de Navarra. Hoy yo por ti, mañana tú por mí. Por pura amistad. Y como esta hay otras muchas historias, algunas de ellas sin irse muy lejos de allí, en las que el ser humano muestra su lado más humano en un escenario tan difícil como lo es, y lo fue, una guerra civil.

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