18 DE NOVIEMBRE DE 2012

GÓNGORA
UN SEÑORÍO, UN MARQUESADO, UN CENTRO PATRIMONIAL

Texto: Fernando Hualde



Un palacio de cabo de armería, otro algo más moderno, la iglesia de San Andrés, la casa parroquial, y algunas casas en ruinas, configuran hoy, en el valle de Aranguren, la localidad de Góngora. Un espacio con historia.  

En el año 2007 la Sociedad de Ciencias Aranzadi adquiría en Góngora (valle de Aranguren) una parcela de 7000 metros cuadrados, concretamente la que acogía los restos del “palacio viejo” de este antiguo señorío. Hoy, cinco años después, aquellas ruinas se han convertido de nuevo en un palacio, en un edificio señorial, destinado a acoger la sede en Navarra de esta entidad guipuzcoana, a la vez que va a servir de apoyo al propio valle en sus actividades culturales, sociales y medio ambientales.
Detrás de ese solar, y también detrás de ese conjunto de solares que configuran aquél núcleo de población que es Góngora, hay una historia, muy propia de un señorío de esas características, de un marquesado, pero que a la vez es una historia forjada por personas, nobles y plebeyos, amos y sirvientes, en la que incluso la propia basura ha sabido hacerse un hueco y protagonizar uno de los episodios más curiosos de la historia de este lugar.


Al pie de la sierra

Góngora está a tan solo doce kilómetros de Pamplona. Desde la calle Tajonar, en el sur de la ciudad, se accede directamente al valle de Aranguren que nos recibe con un polígono industrial que en las últimas décadas se ha ido formando en torno a la vieja venta de Mutilva. Algo más adelante está la localidad de Tajonar, que es la que da continuidad a esa carretera local con forma de herradura. Sin salir de ese término, una línea parcialmente imaginaria se cruza en nuestro camino; es el antiguo acueducto del que Pamplona se abasteció de agua canalizada desde Subiza por obra y gracia de Ventura Rodríguez. Pasamos Zolina, pasamos Labiano, y un poco más adelante, al pie de la Sierra de Góngora, nos recibe en el lado derecho esta pequeña localidad que centra hoy nuestra atención.
Se mantiene en pie el “palacio nuevo”, una construcción con forma de L, que podría ser del siglo XVI; también sobreviven, aunque en muy malas condiciones, la iglesia de San Andrés y la anexa casa de la Abadía; y a partir de allí… es poco más lo que queda, y todo en ruina. Y frente a todo ello, sustituyendo a los esqueléticos restos de la vieja torre de los marqueses, y a la vieja portalada que, como elemento único hasta hace muy poco se sostenía en pie dando paso a un solar semi vacío, lleno de piedras, se alza ahora el nuevo “palacio viejo”, tras cinco años de reconstrucción.
El atrio de San Andrés, refugio tantas veces de inoportunas tormentas, con su suelo empedrado y su diminuta ventana, es un lugar mágico, evocador, que invita a imaginarnos al cura recorriéndolo con el breviario en la mano, o a los feligreses sentados allí haciendo tiempo para entrar a los oficios religiosos. Hoy, además de todo eso, es también un lugar peligroso por el estado ruinoso del techo. Si don Luis Latasa, párroco en los años cuarenta, viese hoy cómo está la iglesia en la que tantas veces él había predicado, se quedaría sobrecogido.
Y de agradecer es que Juan Puldain, representante de la sociedad guipuzcoana que hace varias décadas compró este lugar (y no me refiero a la actual sociedad guipuzcoana titular del palacio), acometiese en su día la obra de arreglar toda la cubierta de la iglesia y de la casa de la Abadía, o casa parroquial. De no haber sido así es fácil suponer que el estado actual de ambos edificios sería todavía mucho más lamentable y ruinoso.
La realidad es que en Góngora hace unas cuantas décadas, cuando a principios del siglo XX compró este lugar Damián Mugueta, vivían en este lugar un centenar de personas. Hoy cuesta imaginar que Góngora tuvo su propia escuela; recuerdo el testimonio de Juana Itulain Redín, que fue maestra “de temporada” en Góngora entre 1946 y 1948, con un sueldo de 400 pesetas. En aquellos tiempos sí que tenía vida la fuente y su lavadero, los mismos que hoy están en evidente desuso.


Iglesia de San Andrés

San Andrés es el titular de la iglesia parroquial de Góngora. Se trata de un edificio del siglo XV, que artísticamente podríamos encuadrar en el gótico tardío. Todo hace pensar que esta iglesia se construyó sobre otra anterior, románica seguramente; por lo menos un frontal románico, en madera, de la primitiva iglesia se conserva en el “Museo de pintura románica de Barcelona” según informa Julio Caro Baroja en su “Etnografía histórica de Navarra”; este frontal exhibe un conjunto de pinturas, a modo de calendario, en donde aparecen representados los doce meses del año en base a las siguientes representaciones: enero (una figura con las llaves, que representan poder), febrero (un hombre calentándose al fuego), marzo (un hombre podando un arbusto), abril (una figura masculina con flores), mayo (un jinete con una pieza de caza), junio (un segador con guadaña), julio (un segador con hoz), agosto (trillando con trillo de madera), septiembre (cerrando las cubas de vino), octubre (arando), noviembre (la matanza del cerdo), y diciembre (un banquete novial).
Así pues, la iglesia actual tiene planta de cruz latina con nave única de dos tramos cuadrangulares, con crucero y con cabecera recta, a la que se adosa una sacristía por el lado de la epístola. La nave, de origen medieval, parece que se corresponde con la parte más antigua del edificio, a la que en el siglo XVI, en una de las reformas se le añade el crucero y la cabecera, lo cual ayuda a entender la dos altura que se pueden ver en el techo de este templo. La cabecera se cubre con una bóveda gótica estrellada de cuatro puntas.
Al margen de estos detalles arquitectónicos cabe destacar la presencia de una verja dorada, de forja, y los tres retablos existentes en la cabecera y en las dos capillas. Dicho sea de paso, en la capilla de la izquierda se conserva, en piedra, la sepultura del primer marqués de Góngora, Juan de Cruzat y Góngora.


Palacio Viejo

Sin menospreciar a la iglesia de San Andrés, ni al denominado “palacio nuevo”, y mucho menos a las ruinas de las casas de los sirvientes, hay que reconocer que el grueso de la historia de Góngora está entroncado en lo que fue el “palacio viejo”, recién rehabilitado, al que suponemos origen y fundamento de este núcleo de población.
Para empezar diremos que las primeras referencias documentales de Góngora datan del año 1353, que viene a informarnos que en esta localidad “hay un clérigo”. Lo cual viene a recordarnos que la primitiva iglesia al menos era del siglo anterior.
En 1366 los legajos nos informan que Góngora tenía tres familias de hidalgos. Sabemos, igualmente, que en 1494, bajo el reinado de Catalina I, el palacio obtuvo la remisión de cuarteles, lo cual le permitió ser considerado desde entonces como palacio de cabo de armería. Cuando hablamos de palacios “de cabo de armería” quiere esto decir que, al ser reconocidos como tales, sus dueños, además de poder titularse caballeros, estaban exentos del pago de cuarteles (una especie de impuesto “voluntario” que las Cortes de Navarra concedían al Rey para afrontar los gastos del Estado; y se les llamaba cuarteles porque se pagaban anualmente por cuartas partes), disfrutaban de un asiento en Cortes, quedaban exentos también de la obligación de dar alojamiento a las tropas, y eran poseedores de sus propias armas; entiéndase a tales por el escudo nobiliario. Desde el punto de vista nobiliario, ser palacio “de cabo de armería” se traducía también en que ese solar se habría de considerar cuna de cualquier otra casa o rama nobiliaria que de él emanase.
En 1525 sabemos que el señor de Góngora era beaumontés, pertenecía a la Milicia Real, que venía a ser la guardia personal del rey, integrada por un selecto grupo de hombres, bien pagados, que en caso de guerra estaban siempre predispuestos a salir a luchar con armas y caballos. Lo mismo sucedía con su vecino, el señor de Zolina.
Y de señorío pasa a marquesado; esto sucede en 1695, cuando Carlos II nombra a Juan de Cruzat y Góngora primer marqués de Góngora, título este que posteriormente pasó a la casa de Ezpeleta.
El palacio, analizado desde un punto de vista arquitectónico, es un edificio de estilo gótico (al menos su torre del siglo XV y su portalada) que estuvo provisto de dos amplios patios, uno de ellos porticado, en torno a los cuales se organizaban las diferentes construcciones. La fachada principal era un muro de sillarejo, en la que destacaba la portalada gótica, que en su clave lucía el escudo de los Góngora, un escudo de azur, con tres fajas de plata, cargadas de nueve lobos de sable; el mismo escudo que luce el presbiterio de la iglesia, pues a ello tenían sus dueños.
Hoy, tras una larga época de agonía, muy lejos ya de su vocación beaumontesa y nobiliaria, y lejos también de aquella otra función mucho menos noble como lo era la de criar palomar en el palomar que hubo en lo alto de la torre, vuelve hoy a lucir su torre libre de hiedras, sus muros, sus aposentos… pero esta vez dispuestas las armas para enfrentarse a una batalla patrimonial.
Este es Góngora, un pueblo, como vemos, en el que la historia, la realeza, y el señorío lo impregnan todo; un pueblo que nunca deja de sorprender, en donde la colocación dentro del término de Gongora de un Centro de Tratamientos de Residuos, basuras, para que nos entendamos, marcó la historia de este valle a finales de los años ochenta y principios de los noventa.
Hoy es un lugar silencioso, un remanso de paz y de historia, con todo un futuro cultural y patrimonial por delante; cargado para siempre de buenos recuerdos.

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