2 DE DICIEMBRE DE 2012

SANTOS CON PRESENCIA EN EL VALLE DEL RONCAL

Texto: Fernando Hualde



Juan Antonio Induráin Anaut, párroco de los siete pueblos roncaleses, ha recogido en un libro un completo inventario de todas las imágenes de santos existentes en las iglesias y ermitas del Roncal.  

Las iglesias y ermitas de nuestros pueblos atesoran en su interior un patrimonio artístico de un valor más que considerable. Retablos, imaginería, órganos, pilas bautismales, orfebrería, forja… son algunos de los elementos que configuran todo este rico patrimonio. Hoy, sin embargo, nos vamos a centrar en las imágenes, concretamente en las imágenes de los santos, y más concretamente aún en las existentes en el valle del Roncal.
Viene esto a cuento de que recientemente el párroco que está al frente de las siete parroquias del valle, Juan Antonio Induráin Anaut, ha publicado un interesante libro que lleva como título “Referentes de vida cristiana. Santos con presencia en los pueblos del Roncal”, que viene a ser continuación de otro libro que sacó con anterioridad dedicado a la devoción a la Virgen en este valle, en sus diferentes advocaciones. No son libros que se puedan encontrar el librerías, sino que, como hijos y fruto de la generosidad, han sido obsequiados a los feligreses de estas siete parroquias, que son las de Burgui, Garde, Isaba, Roncal, Urzainqui, Uztárroz y Vidángoz.


Inventario

Al margen de las consideraciones religiosas, que por su oficio y su vocación no podía ni debía desatender el autor; y al margen también de las biografías que expone de todos y cada uno de los santos que aparecen representados en estos templos, que nos ayudan a entender mucho mejor la devoción que en algún momento se les ha profesado y se les profesa; Juan Antonio Indurain ha acometido en este trabajo la gran labor de identificar a todos y cada uno de los santos que habitan por los retablos, capillas, sacristías, hornacinas, y ermitas del valle del Roncal. Creo no equivocarme si digo que nunca, nadie, había hecho esa labor en este valle; el caso más próximo que conozco es el trabajo que hizo el sacerdote Francisco Barber con algunos de los retablos del valle de Salazar. Y este párroco del Roncal ha dado ahora este paso tan importante; y además, acompañando a esta labor, ha recuperado letrillas, novenas y oraciones; ha recompuesto las tradiciones, las de antes y las de ahora, que en torno a los santos hay; y ha rastreado su presencia en los topónimos, en las fuentes, en los caminos y en otros muchos elementos. Es, en consecuencia un trabajo muy completo.
Desde un punto de vista práctico sería muy bueno que en otros pueblos, y en otros valles, se hiciera exactamente lo mismo que en el valle del Roncal ha hecho Juan Antonio Induráin. Sería bueno, digo, que se haga un inventario de todo, de la misma manera que cada museo hace una catalogación de los bienes que alberga, acoge y cuida. Y ese inventario debiera de ir acompañado de una ficha individual de cada pieza, con fotos, medidas, peso, descripciones, ubicación, autor, historial, marcas, y cualquier otro detalle que se considere de interés. Serviría esto, en primer lugar, para saber con exactitud que es lo que hay, para cuantificarlo; y en segundo lugar, para que quien un día tenga la tentación de robar una de estas piezas sepa que están catalogadas y fotografiadas, con lo que eso conlleva de dificultad para comercializarlas.
Es por ello, insisto, que al margen del contenido espiritual y etnográfico que hay detrás de un trabajo de estas características, sería aconsejable que todas las parroquias de Navarra, sin excepción alguna, copiasen esta iniciativa de un párroco, el de los pueblos del Roncal, que pudiendo optar por la cómoda postura de mirar hacia otro lado, ha entendido que tenía ante sí una labor importante, un patrimonio que detrás del arte que exhibe, puede transmitirnos un testimonio de fe, y puede también contarnos el porqué de su existencia en ese lugar en el que está; y desde esa perspectiva cristiana lo que ha hecho es un arduo trabajo de investigación iconográfica que ha derivado en un completo inventario en el que se fusiona el patrimonio material y el patrimonio inmaterial.


75 santos representados

El libro al que hacemos alusión, en sus trescientas páginas identifica a un total de setenta y cinco santos diferentes que son los que están representados en las iglesias, ermitas y casa parroquiales del valle del Roncal. Esta lista, además de los santos propiamente, incluye algún ángel y arcángel (Ángel de la Guarda, San Rafael, San Gabriel y San Miguel), algún profeta (Samuel), al Niño Jesús de Praga, y al venerable padre Cipriano Barace, mártir jesuita izabar cuya causa de beatificación está abierta… pero dormida.
De cada santo, de cada uno de ellos, el sacerdote Juan Antonio Induráin nos hace un amplio bosquejo de su biografía y de sus méritos, seguidamente nos indica las fechas en la que se le festeja en cada pueblo, y nos indica en dónde exactamente está su imagen, o imágenes, en el valle; en algunos casos no hablamos de esculturas, sino de relieves o pinturas. Hay santos, los menos, que llegan a estar en las siete localidades, como es el caso de San Francisco Javier, San José, San Miguel, San Pedro y San Sebastian. De la misma manera que hay santos que por una u otra razón tan solo se han venerado en una única localidad; entre estos está San Amadeo (Garde), San Babil (Garde), San Benito (Roncal), San Bonifacio (Garde), San Cipriano (Isaba), San Cornelio (Isaba), San Fabián (Roncal), San Felipe de Neri (Garde), San Félix (Garde), San Isidro (Roncal), San Jorge (Urzainqui), San Julián (Isaba), San Lázaro (Uztárroz), San Luis Gonzaga (Uztárroz), Santa María Magdalena de Pazzi (Urzainqui), San Nicasio (Uztárroz), Santa Orosia (Roncal), Santiago el Menor (Urzainqui), San Saturnino (Isaba), Santo Tomás apóstol (Burgui), y Santo Tomás de Aquino (Burgui).
Igualmente, hace el autor un repaso, pueblo por pueblo, incluyendo iglesia y ermitas, de los santos que en ellos hay representados; de tal forma que podemos ahora saber que en Burgui hay 25 imágenes de santos diferentes, 21 en Garde, 37 en Isaba, 33 en Roncal, 33 en Urzainqui, 31 en Uztárroz, y 16 en Vidángoz, lo que suma un total de 196 imágenes, quedando fuera de este cómputo las que puedan existir en casas particulares, y quedando fuera también las pequeñas reliquias atribuidas a unos y a otros santos, que son bastante abundantes, especialmente en la iglesia de Urzainqui. Y de todos ellos se indica la ubicación exacta.
En muchos casos, a todos estos datos se añade la información de si dan nombre a algún paraje (ejemplo: monte de Santa Bárbara), camino (ejemplo: San Andrés, en Urzainqui), puente (ejemplo: San Nicasio, en Uztárroz), fuente (ejemplo: San Pedro, en Isaba), calle (ejemplo: San Blas, en Burgui), barrio (ejemplo: Santa Lucía, en Garde), u otros elementos (ejemplo: Piedra de San Martín, en Isaba).
Algunos de estos santos corresponden a los patrones de estos pueblos, otros nos recuerdan que en otro tiempo hubo allí cofradías dedicadas a ellos, otros son lo único que queda de aquella ermita que un día les honró, algunos han sido paseados procesionalmente, los hay que presiden un grandioso retablo, y los que habitan en algún rincón escondido, y otros viven aún en las primitivas ordenanzas de algunos pueblos. Todos, sin excepción, son valiosos, independientemente de su antigüedad, de su autor (anónimos casi todos), de su material, o del arte que en ellos se perciba. Son valiosos en la medida que en ellos se ha puesto oraciones y esperanzas durante generaciones; son valiosos porque etnográficamente representan y canalizan la religiosidad popular de un valle, con sus novenas, con sus refranes, con sus coplas populares, con sus chascarrillos…


San Bonifacio

Entre todos estos santos podríamos decir que hay uno que es diferente a los demás. Es decir, mientras de los demás lo que se conserva es una escultura o una pintura, de San Bonifacio lo que se conserva es, nada menos que su cuerpo. Está más presente que ninguno.
En su día, en esta misma sección le dedicábamos un amplio reportaje, explicando cómo el patrón de Alemania, y de los cerveceros, tenía su cuerpo en dos sitios diferentes, uno de ellos la iglesia de Garde. Sin embargo, para que queden tranquilos los alemanes, se ha podido ver que en la localidad roncalesa en otro tiempo se le veneraba a este santo el 15 de mayo, lo que nos hace sospechar que estamos hablando de otro San Bonifacio, es decir, el de Garde es San Bonifacio de Tarso.
Nos recuerda muy bien Juan Antonio Induráin que “la parroquia de Garde dispone de documentación fidedigna que acredita la autenticidad del cuerpo del santo que hace ya casi tres siglos fue exhumado del lugar donde estaba enterrado, y traído a esta iglesia para que pudiera ser venerado por la feligresía”. El documento al que alude el párroco está firmado y sellado el 10 de agosto de 1730 por fray Agustín Nicolás, obispo de Porfiria, prefecto del Tesoro Apostólico y asistente al Solio Pontificio, y en ese documento refleja la donación que le hace a Pascual Beltrán de Gayarre, arcediano de la Cámara de la Catedral de Pamplona, del cuerpo del mártir San Bonifacio, extraído del cementerio de Santa Inés, en Roma, “vestido de seda encarnada con adornos diversos, juntamente con una espada, que recuerda las que utilizaron sus verdugos para segar su preciosa vida, así como un vaso-relicario que contiene muestras de la sangre derramada por el santo en defensa de su fe, y la palma, que es el emblema del martirio”.
Al hecho de traer el cuerpo de San Bonifacio a Garde, le sucedió la obligada autorización de las autoridades eclesiásticas para exponer el cuerpo y a recibir este la veneración de los fieles en esta localidad. Esta autorización se materializó por escrito el 20 de junio de 1732, y fue concedida por don Fermín de Subian, oficial principal del Obispado de Pamplona. Para alojar este cuerpo-reliquia se construyó en Garde el retablo en el que desde entonces está.
Llama la atención el poderío de este vecino de Garde, Pascual Beltrán de Gayarre, que mientras algunos se las veían y se las deseaban para poder traer una minúscula reliquia de algún santo, este hombre, que sepamos, trajo al menos a Navarra cinco cuerpos enteros, que son: San Bonifacio (en la iglesia de Santiago, en Garde), Santa Colomba (en la ermita de Santa Colomba, en Meoz), y los de San Fidel, Santa Diosdada y San Inocente (en la Catedral de Pamplona). Parece que todos ellos fueron traídos a esta tierra por el de Garde entre 1729 y 1730.
Todo eso que aquí contamos, y mucho más, es lo que queda recogido en este libro del párroco Juan Antonio Indurain. Como mínimo, al margen de los objetivos religiosos que haya en esta publicación, ha sentado una base de datos muy amplia; una base de datos que algunos trataremos de ir engordando.
Lo dicho, se podía haber mirado hacia otro lado, “ya lo hará otro”, pero… nunca el mundo lo han movido los que nada hacen. Y este párroco, consciente de su responsabilidad, lo ha hecho, y lo ha hecho bien; ahora hace falta que otros le imiten.

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